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domingo, abril 02, 2006

He dicho que vivo solo, no que mi apartamento esté vacío


Esta frase dice C.C. Baxter (Jack Lemmon) en “El Apartamento”, genial obra de Billy Wilder. Con esta sentencia se resume la vida del personaje y, en cierta forma, la del hombre moderno.

Pero situémonos: Nueva York; años 60. Un anodino pero eficiente empleado de una gran empresa sobrevive a golpe de tecleo en una oficina de resonancias kafkianas. A veces echa horas extra. Nadie lo está esperando en su modesto apartamento. Antes bien, su presencia allí sería un estorbo. Una llave escondida bajo la alfombra a disposición de los líos de faldas de sus superiores le va abriendo las puertas del éxito profesional y de la prosperidad. Cuando ya no queda más trabajo en la oficina, debe esperar a la intemperie a que los usuarios de su domicilio terminen sus quehaceres amatorios. Un ser patético y perdonable, de esos que tan bien interpretaba Lemmon. Cuando llega a casa, recoge los restos de juergas ajenas. Comida precocinada frente al televisor. Parece que dan algo interesante. No, sólo anuncios. Amagos de suicidio. Una raqueta de tenis como colador. Nochebuena en un bar: Soledad.

Ella, Fran (Shiley Mc Laine), una mujer joven e inteligente. Vive con su hermana y su cuñado, un taxista. Es una ascensorista que no puede ascender a donde quisiera. Se ha enamorado de un hombre casado, su jefe (Fred MacMurray), y aun así comete la osadía de usar rimel. Sabe que no es amada, pero se engaña y se deja engañar. ¿Qué puede perder?

Dos personajes cercanos, reales, grandiosos y miserables. Ambos están desconcertados, confusos, perdidos en Nueva York, en la oficina y en la vida. Sus destinos profesionales y sentimentales están regidos por fuerzas que no pueden controlar, y es esta confusión vital la que los lleva al error, pero a un error redimible. El pecado original del siglo XX es haber nacido en una gran ciudad de lobos, caperucitas y asfalto. Si Baxter es redimido por un meditado arrebato de dignidad, a Fran la redime Baxter. No porque ninguno de ellos busque la redención, sino porque la encuentran uno en el otro. Como tantas otras veces, la sabia socarronería de Wilder lo lleva a no condenar a sus protagonistas. Al fin y al cabo, ¿quién es él para hacerlo?

En esta película, Wilder nos muestra edificios, ascensores, teatros, oficinistas, secretarias, avenidas, restaurantes en fiesta… Para el españolito de 1960 esto no dejaba de ser una realidad de película que apenas se empezaba a atisbar en su mundo de pequeña empresa y de cocido, de arados y botijo. Sin embargo, las cosas ya han cambiado. Estamos en el siglo XXI. El vaticinio de Wilder se ha cumplido incluso en la Reserva Espiritual de Occidente. Ahora trabajamos más horas de las que se nos pagan en oficinas deshumanizadas, transitamos por calles en las que todo el mundo tiene prisa por llegar a ninguna parte. Hay que comer rápido. Atascos. Se hace tarde para todo. No sabemos quién es nuestro vecino. No podemos sospechar que la angelical ascensorista de nuestra oficina se encama con nuestro respetable jefe, un hombre casado. No podemos sospechar que ese irredento juerguista de nuestro vecino no participa en ninguna de las juergas que se le atribuyen…porque es un pobre diablo.

No podemos sospechar nada porque no hay tiempo para nada. La familia tradicional se tambalea ante los gritos apocalípticos de los de siempre, pero la alternativa no parece ser mucho más plena para nuestras vidas. Vidas que son como el apartamento de C.C. Baxter, en el que entra y sale mucha gente pero nadie se queda. “He dicho que vivo solo, no que mi apartamento esté vacío” ¿Recuerdan?

Y al final de este bellísimo canto a las “soledades juntas”, sin trabajo y con una relación personal incierta por delante, nacen el hombre y la mujer modernos. Desnudos, temblorosos e inseguros; tan sólo con una baraja de cartas en las manos.

Y luego vendrá Woody Allen…

8 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Ayer volví a ver esta maravilla en casa de unos amigos (creo que era mi vez quinientos cincuenta y nueve) Me llamó mucho la atención, la actuación física de Lemmon, su capacidad para responder fisicamente a los estímulos, cosa que nunca se tiene en cuenta (y por eso es buena, porque pasa muy desapercibida, detrás de los geniales diálogos) Lo que nunca pasa desapercibido es la belleza de Shirley MacLaine en esta pelicula... Nunca va a estar esta mujer tan guapa y encantadora. Una verdadera obra maestra, sí señor.

"Seré tonta... Aún no he aprendido que si sales con un hombre casado no se debe llevar rimmel"

2:45 a. m.  
Blogger Chespiro said...

Jeje, cierto, Lemmon le da un leve toque de "humor físico" a la película. Creo recordar, que al principio, sus gestos se acompasan con los de la máquina de escribir.
Y cuando está viendo la tv y van anunciando el plantel de estrellas de la superproducción que van a emitir, Lemmon hace un gesto con cada nombre.
A Shirley MacLaine yo le hubiera dejado el pelo más largo, pero en fin...fetiches de uno.
De hecho, el personaje tiene toda la pinta de habérselo cortado en una crisis depresiva.

5:47 a. m.  
Anonymous Anónimo said...

Claro, no recuerdo como es exactamente el diálogo, pero recuerdo que Fred Mac Murray le dice "me gustaba cuando lo llevabas más largo" Osea que el pelo tiene su historia, es el resultado de un despecho de ella y mucho antes, la primera vez que la vemos a ella en el ascensor, sabemos que se lo ha cambiado porque Lemmon le pregunta...
Shirley: No le gusta ¿verdad?
Lemmon: Sí, es gracioso
Y es que Wilder y Diamond eran unos matemáticos del guión que no dejaban nada al azar.
Por cierto mi fetiche es el pelo corto :O)

6:31 a. m.  
Blogger Chespiro said...

Ah, pues no recordaba ese detalle.
Creo que fue después de escribir el guion de esta película cuando Diamond le confesó a Wilder su impresión de que iba a ser muy difícil superarse en las siguientes.
No me extraña:
¿Recuerdan el detalle del espejo roto? Sólo con una imagen, Lemmon descubre quién es la chica que el jefe piensa llevar a su apartamento. Sin palabras.
Puro CINE, oigan.

1:21 a. m.  
Anonymous Anónimo said...

Lo del espejo es el típico toque Wilder, heredero directo del toque Lubitch (Wilder tenía un cartel en su despacho que ponía: "¿Cómo lo haría Lubitch?")Con él aprendió muchas cosas...
Se nos ha olvidado decir que "El apartamento" es también una carta de amor a un actor, Wilder quedó tan contento por la actuación de Lemmon en "Con faldas y a lo loco" que decidió regalarle esta maravilla a su actor preferido.

4:08 a. m.  
Blogger Chespiro said...

Pues a eso le llamo yo aprovechar un regalo. Sí señor.

1:34 p. m.  
Blogger Los Burgomaestres said...

Amigo Chespiro ¡qué películas más tristes que elige! ¡Y qué buenas! Y para soledades, la primera escena, la de la del montón de oficinistas cada en su mesa.
Ah, y qué bueno y bonito su anterior post de Astérix.

3:20 a. m.  
Blogger Chespiro said...

Gracias por el comentario.
Efectivamente, esa primera escena también es muy descriptiva de los tiempos en que vivimos: cada uno en su puesto, muy ordenaditos, rodeados de los demás y sin tiempo para hablarnos.
¿De verdad consideran que esta película es triste? A mí a veces se me antoja incluso optimista, alegre.
Aunque bueno, ambos polos suelen estar taaan unidos.

6:36 a. m.  

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