Veras y burlas

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viernes, marzo 10, 2006

El libro de los Baciyelmos


Que nuestra percepción de las cosas depende “del cristal con que se miren” es un perogrullo que podemos encontrar hoy en boca de cualquier persona con un mínimo de sentido común, independientemente de sus estudios, formación académica, etc. Pero esto no siempre ha sido así. Las Vanguardias de principios del siglo XX forjaron la noción de perspectivismo, que pasó de la vida al arte, y de éste nuevamente a la vida. Poco a poco, esta “innovación del pensamiento” se instaló, como tantas otras, en la conciencia de todo hombre contemporáneo, aunque en países como España, por circunstancias lamentables de nuestra historia reciente, la idea del perspectivismo haya tardado más en arraigar.

Sin embargo, queremos destacar un precedente que se adelantó varios siglos a este pensamiento hoy perogrullesco: Miguel de Cervantes. El insigne autor, a principios del siglo XVII, publicó una curiosa obra humorística (un “libro de burlas”) con el que, sin saberlo, abriría las puertas no sólo a una nueva forma de entender la novela, la literatura y el arte en general, sino también la vida. Con el Quijote, aprendimos que una misma realidad puede ser, para uno, un gigante; para otro, un molino de viento. Con el personaje de Don Quijote (y con toda la obra) Cervantes muestra que la llamada realidad puede entenderse de formas distintas.

Estas coordenadas de pensamiento han de contextualizarse en el Barroco, donde el gusto por el contraste y la ruptura de la armonía marcan la pauta artística (recuérdese el claroscuro, en pintura). En el arte literario, mientras Góngora opone a la dulce Galatea con el monstruoso Polifemo (capaz de aunar, a su vez, sentimientos de amor profundo y violencia extrema), Cervantes crea otro monstruo: ese monstruo barroco que constituye la figura desgarbada de un hidalgo manchego, desgarbado y vapuleado, vestido de fantoche; y la de un labriego gordo, desaliñado y descuidado que supone el contrapunto de su señor. Lo grotesco de estas siluetas no lo es menos que la extraña mezcla que supone un Minotauro, mitad hombre, mitad toro.

Así, esta contraposición física refleja una contraposición ideológica, psicológica y de actitud. Don Quijote, idealista y soñador, intenta convencerse de que vive rodeado de gigantes, castillos y damas, donde Sancho ve molinos, ventas y fulanas. No obstante, tal oposición no es radical, pues tanto Sancho como Don Quijote se van adecuando uno a las apreciaciones del otro a través de la experiencia compartida y el diálogo (inigualable diálogo cervantino). De este modo, la oposición pasa a ser complementariedad. Los personajes, basándose en las vivencias comunes, son capaces de ceder y adaptarse, de transformarse y de cambiar.

En toda obra literaria que se precie, el mensaje o contenido ha de reflejarse a través del lenguaje: espada del poeta. Tal vez la mejor concreción de este hecho en el Quijote la encontremos en el “baciyelmo”, invención de Sancho (o de Cervantes, como quieran). Cuando Don Quijote cree haber encontrado el famoso Yelmo de Mambrino, su escudero afirma convencido que se trata tan sólo de una bacía de barbero. Tras el intercambio de puntos de vista, el bueno de Panza habla de un “baciyelmo”, y aquí tenemos la concreción lingüística, en forma de neologismo, de la contraposición y conciliación de realidades opuestas; no es ni una bacía ni un yelmo: es un “baciyelmo”.
Esta palabra resume gran parte del mensaje (uno de los miles) del Quijote: la realidad no es jocosa ni seria, sino “jocoseria” (mezcla de veras y burlas), Don Quijote es un cuerdo-loco o un cuerdo-loco, y Sancho un necio-discreto o un discreto-necio.
No deja de ser curioso que en ciertas épocas de la historia de nuestro país, épocas supuestamente gloriosas según algunos, de un patriotismo de cartón-piedra, se haya tomado el Quijote como gloria nacional, símbolo de lo español y estandarte de la resurrección de un Imperio que, afortunadamente, sólo existió en la mente de las que lo soñaban. El Quijote, más que ninguna otra obra literaria, pictórica, fílmica o musical, no puede ser nunca un libro de cabecera de dictadores, por más que éstos lo hayan utilizado. Frente al pensamiento único, la obra cervantina reivindica el pensamiento múltiple, la duda, la creencia descreída…

Estamos, en definitiva, ante el libro de los “cuerdilocos”, de los “simplenecios”, de los “bellomonstruos” y de los “baciyelmos”.

10 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Pedazo de articulo!
(Poniéndose de rodillas, como los de Wayne´s World)¡No somos dignos! ¡No somos dignos!

5:53 a. m.  
Blogger Chespiro said...

Jeje,¡Qué guasa tenemos, maestro!

1:39 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

Para mí es fascinante la presencia de El Quijote en el cine español contemporáneo: películas como "Platillos volantes", "El día de la Bestia", "El corazón del guerrero", o el mismo "Torrente, el brazo tonto de la ley" contienen en sus personajes principales la esencia misma del más brillante dúo cómico que ha dado la literatura universal.

Y luego están "Los visitantes no nacieron ayer", claro...

5:47 p. m.  
Blogger Chespiro said...

Siempre interesantes sus apreciaciones, Mister Fogg...señores, no pierdan de vista a este tipo (la policía no lo hace).
Al final van a llevar razón los unamunianos y orteguianos, y el Quijote va estar en la esencia del "ser español".
Curiosa la relación que estableces con el cine español contemporáneo, aunque muchos querrían ajusticiarte por relacionar a Cervantes con Santiago Segura (Cervantes era más delgado).
Pero sí, efectivamente, hay mucho de Quijote y Sancho en esos dos personajes grotescos que "apatrullan" un Madrid costumbrista y esperpéntico (hablo sólo de Torrente 1, ¿eh?: la misión en Marbella la dejamos para otras analogías).

3:36 a. m.  
Anonymous Anónimo said...

Lo de "El día de la bestía" formaba parte de los planes de Alex de la Iglesia, de hecho él se preguntaba como ningún crítico se había dado cuenta de la analogía con Sancho-Quijote cuando era bastante evidente.
Creo que todos los grandes duos cómicos (de Laurel y Hardy a Vladimir y Stragon y por supuesto Sancho y Don Quijote) vienen a demostrarnos que ningún individuo es una isla y que todos somos en parte no sólo nosotros mismos sino nuestro reflejo en el otro...

4:09 a. m.  
Blogger Chespiro said...

Exactamente. La gran aportación cervantina consiste en que, por primera vez, estos personajes evolucionan gracias a su reflejo en el otro, algo que nunca antes se había desarrollado también en la novela.

12:16 p. m.  
Blogger Los Burgomaestres said...

Es más, evoluciona hasta el propio Cervante. Si leen con atenciób, verán que el primero en tirar de refranero y dichos populares es Don Quijote, y que poco a poco Sancho se va atreviendo hasta que en un capítulo suelta una retahíla y Cervantes comprende que tiene que ser así como hable Sancho. Y qué pedazo post se ha marcado amigo Chespiro, y qué buenos los comentarios de Choko y Phileas, y qué bien visto y pillado lo de Platillos Volantes, y el resto.

3:24 p. m.  
Blogger Chespiro said...

Gracias señores,
Verdaderamente genial es el pasaje en el que Don Quijote suelta una retahíla de refranes inmediatamente después de haberle recriminado por hacer lo mismo.
La naturaleza humana, que es así.
Con respecto a la evolución del propio Cervantes, ciertamente, el Quijote es una obra, en cierta forma, "improvisada".
Su larga extensión y su carácter seriado por capítulos da pie a que el autor vaya sorprendiéndose de sus propios hallazgos hasta configurar totalmente su obra.
Resulta poco verosímil que, al principio, Sancho apenas diga refranes y posteriormente sean su principal rasgo lingüístico definitorio. Pero bueno, estamos ante una "obra en marcha".
Algo similar pasa, salvando las distancias, en algunas series de televisión. Fíjense en los rasgos principales de los protagonistas y luego revisen los primeros episodios, a ver si ya los presentaban.

1:04 a. m.  
Blogger Los Burgomaestres said...

Resulta poco verosímil, pero es así. Sancho no dice por primera vez un refrán hasta el cap. XIX de la primera parte. Ese refrán es: "Váyase el muerto a la sepultura y el vivo a la hogaza". Y para entonces, Don Quijote ya había dicho unos cuantos. Escrito está. Tiene ud. razón en lo que observa, amigo Chespiro, de las teleseries, en efecto.

3:31 a. m.  
Blogger Chespiro said...

Esta postmodernidad...mezclando teleseries con el Quijote...¿Qué nos pasa, amigos? Jeje
Gracias por el dato preciso del refrán de Sancho.
Yo me considero quijotesco acérrimo y no lo sabía.

1:26 a. m.  

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